Por Walter Vargas
El día amaneció lluvioso. Me despertó el ruido de las gruesas gotas cayendo sobre el techo de chapa. Oí a papá levantarse, encender el calentador y poner agua para el mate. Volví a dormirme. Soñé que Estudiantes ganaba, después soñé que perdía, después soñé que empataba, pero era como si hubiera perdido: los jugadores se iban de la cancha llorando. Los hinchas lloraban con ellos y yo lloraba con los hinchas. Me levanté de buen humor, porque comprendí que había sido, apenas, una pesadilla. Papá no había ido al trabajo y eso me alegró. A mamá no. A mamá no le alegró nada. La enfureció. Siempre el mismo, le dijo a papá, buscás cualquier excusa para quedarte leyendo historietas. Papá trató de explicarle que las casas no se construyen con buena voluntad, que cuando llueve no hay Cristo que te salve, la obra se para, mañana será otro día. Mamá dijo que eran puros pretextos, cosas de holgazán. Papá le dijo pensá lo que quieras, yo no soy mago, soy albañil. Mamá masculló no se que cosa. Creí entender que después del almuerzo se iba a visitar a no se cuál hermana. Papá no dijo nada: estaba leyendo el libro de oro de Patoruzú. Cuando lo termines, pásamelo, viejo. El viejo me guiñó un ojo. En eso llegó Felipe, mi hermano mayor. El otro, Osvaldo, no sé dónde andaba, seguro que con su mejor amigo, el Indio Salinas. Mi hermana, Clarita, estaba en la escuela. Jamás falta. Ni cuando llueve a cántaros y se embarra hasta la que te dije.
Almorzamos mamá, papá, Felipe y yo. Mamá hizo revoltijo de papa, huevo y zapallito. El revoltijo no me gusta, pero es preferible a la polenta, que me gusta menos que el revoltijo. Comí igual. Mamá volvió con el asunto de porque papá no fue a trabajar. Siempre con la misma cantinela, vos, contestó papá. Mamá le dijo, maldito el momento en que me casé con un albañil. Yo estaba para otra cosa.
Siempre con la misma cantinela, vos, insistió papá.
Felipe hizo té para cuatro. Raro, muy raro. Felipe jamás hace té, ni para él, ni para nadie. Toma mate, nomás. Se nota que esta vez tenía ganas de tomar té. Hizo té, Felipe, para cuatro. Papá dijo que no, que no quería, que se iba a dormir la siesta.
Me voy a la esquina, le dije a mamá. Bueno, dijo mamá, vení dame un beso que me voy a la casa de tu tía Negra.
Toqué timbre en el chalet dónde vive el Mono. Es el único chalet del barrio. ¿Cómo será vivir en el chalet?
Salió la mamá del Mono y después salió el Mono. La mamá le dijo te me quedás por acá, nomás. Fimos a jugar al campito de al lado. Hicimos un uno contra uno, arco chico, con la pelota chiquita, de plástico duro, difícil de llevar sobre el pasto mojado. El mono es más grande que yo, yo soy más rápido. El Mono es más fuerte que yo, yo gambeteo mejor. Gané
Pero para mí que le gano porque juego mejor que él.
Cuando volvía a casa, mamá no estaba, ni Felipe, ni Osvaldo, ni Clarita, que seguro se había quedado en lo de Susana Bárzola. Papá recién se levantaba de la siesta. Ni bien me vió, me dijo: la radio no anda, se le gastaron las pilas.
Tuve ganas de llorar, pero me las aguanté. No lloré nada. Sabía que papá no tenia plata para comprar pilas nuevas.
¿Y si el partido lo escuchamos en la casa del padrino?
Papá me dijo que no, que el partido iba a terminar muy tarde, que no había que molestar al padrino y a los primos. Y hay mucho barro, agregó.
Me quedé pensativo, triste. Papá me dijo ahora te hago la leche y puso a calentar mate cocido. Cuando puso la tasa sobre la mesa y un pedazo de pan, me dijo quedate tranquilo, Banana, el partido no te lo vas a perder.
Me gusta que papá me llame Banana. Cuando pasa eso lo siento mas cerca, descubro que quiere confortarme y una de sus maneras de confortarme es llamarme Banana, porque sabe que me gusta.
A eso de las ocho vamos a hervir las pilas, prometió papá. Lo abracé y sentí en el una mezcla de incomodidad y emoción. Después me metí en el cuarto de dormir a leer revistas viejas. Me gusta el olor de las revistas viejas. Y me encanta mirar fotos de futbolistas de otros tiempos, tiempos en los que los futbolistas parecían muy, muy viejos, había muchos con bigotes, había muchos pelados, usaban pantalones largos, casi todos los arqueros usaban gorras.
Le pregunté la hora a papá. Las ocho, me dijo, mientras sacaba las pilas de la radio, las metía en una lata y ponía la lata arriba del brasero.
Al rato llegó mi hermana y preguntó que hay de comer. Papá cayó. Sacó la lata del brasero y en el brasero puso una olla llena de agua. Después agregó un caldo, papas cortadas en cuadraditos y medio paquete de municiones.
Papá secó las pilas con un trapo viejo y las colocó en la radio.
Se va a escuchar, pero muy bajito, vas a tener que ponerte la radio en el oído, Banana, me dijo papá.
Yo le pregunté: ¿Y vos papá? ¿Vos no vas a poder escucharlo?
No importa, vos me contás, Banana, me dijo papá mientras revolvía la olla y Clarita ponía tres platos hondos sobre la mesa.
Otra vez estuve a punto de llorar y otra vez me las aguanté.
Pelota en movimiento, empezó el partido, gritó Muñoz.
Le avisé a papá que había empezado y enseguida le dije gol del Pincha, viejo, Conigliaro de cabeza .
Falta mucho, me dijo papá. Platense tiene buen equipo
Papá tenía razón: al ratito, Platense ganaba dos a uno. Y cuando llegó Felipe y se sentó a tomar la sopa, les conté a los dos que se había lesionado Barale.
Se desarma la defensa, opinó papá. ¿Barale es el cinco?, preguntó Felipe. No, no es el cinco, Barale juega abajo, contesté, ¿no es cierto, papá? Papá hizo que si con la cabeza. A Felipe no le interesa mucho el fútbol. Es de Estudiantes porque si, por tradición. A Osvaldo si que le gusta, pero Osvaldo no estaba, seguro que se había quedado en la casa del Indio Salinas. Clarita no entiende ni jota. Clarita es hincha de Gimnasia. Y se fue a acostar temprano: tenia miedo de quedarse dormida y perder un día de clase.
Cuando arrancó el segundo tiempo nos fuimos todos al cuarto de dormir. Hacía mucho frío, sacamos todos los sacos viejos del ropero y los pusimos encima de las frazadas. Papá prendió la lámpara y la colgó en un clavo de la pared, arriba de la cama grande. Me metí en mi cama empujando un poco a Clarita. No se despertó. Clarita si que tiene el sueño profundo, comenta, a veces, mamá.
En la otra cama, Felipe se tapó la cabeza y ahí nomás se durmió.
Platense metió el tercero, le dije a papá, al borde del llanto.
Falta mucho, dijo papá. Apagó la lámpara y prendió un cigarrillo. Me gusta el olor de los fósforos Ranchera. Me gusta ver, en la oscuridad, el humo que desprenden los cigarrillos que fuma papá. Papá fuma Clifton.
¿A qué hora viene mami, pá?
Papá no contestó. Después preguntó por el partido:
¿Y, Banana? ¿No mejora la cosa?
No, viejo, le respondí, Muñoz dijo que Estudiantes se salvó providencialmente. Dos veces se salvó. El Flaco Poletti es figura.
Acomodé mi cabeza en la almohada, mirando el techo, los dibujos que siempre hago cuando miro el techo en la oscuridad. De reojo veía a papá, las chispitas de su cigarrillo en cada pitada.
¡Papá papá! ¡Gol del Pincha, Verón, de palomita!
¡Papá, papá! ¡Empatamos! Lo hizo Bilardo.
Pincha corazón, Banana, me dijo papá, y prendió otro cigarrillo.
Pensaba que estaría pensando papá. ¿Estaba preocupado, enojado o que? ¿Y todo eso por el partido?
¡Papá, papá! ¡Penal para el Pincha!
Se lo vamos a ganar a lo macho, pronosticó el viejo. Y ese pronóstico me tranquilizó.
Le conté que Muñoz decía que había cabildeos entre los jugadores de Estudiantes, parecía que nadie quería patear el penal.
Que patee el tordo, dijo papá, como si él decidiera desde ahí, sentado en la cama grande, fumando en la oscuridad. El tordo es Madero, el doctor Raúl Madero.
¡Gol, papá! ¡Estamos cuatro a tres! Lo pateó Madero ¡Pincha corazón!
Pincha corazón, dijo papá, y apagó el cigarrillo.
Le conté que Muñoz decía que faltaban quince.
Labruna es un zorro y Platense tiene un buen equipo, comentó papá, mientras prendía otro cigarrillo.
Papá, ¿vos sabés a qué hora vuelve mami?
Papá preguntó como íbamos, si estábamos aguantando bien, me preguntó que decía Muñoz.
Apoyé la radio más fuerte sobre el oído izquierdo (cambiaba de oído a cada rato: se me cansaban) y le dije que Muñoz decía que Platense estaba dispuesto a vender cara su derrota y que Aguirre Suárez había salvado la valla de Estudiantes en un esfuerzo supremo.
Papá admira la valentía de Aguirre Suárez. Tucumano viejo y peludo, dijo, pero sin euforia. Quise mirarle la cara y se la vi gracias a una chispita del cigarrillo. El viejo estaba preocupado.
Le conté a papa que estaban en el descuento, que un tiro libre de Platense había pasado rozando el vertical derecho, había dicho Muñoz.
No nos empatan más, te lo firmo, dijo papá, y como papá dijo te lo firmo, di por hecho que no nos empataban más, el corazón dejó de retumbar dentro de mi pecho, por un momento sentía que no tenía fuerzas, que me hundía sobre la cama, pero a lo mejor era el elástico que estaba viejo y desvencijado.
¡Ganamos, viejo! ¡Pasamos a la final! ¡Pincha corazón!
Pincha corazón, Banana.
¿Papá?, el domingo es el Día del Niño, ¿no?, le pregunté a papá, pero yo sabía que si, que el domingo es el Día del Niño.
Papá me dijo que si, y yo le dije que no se preocupe por el regalo, porque el regalo me lo van a hacer los jugadores de Estudiantes, que van a ganar la final y seremos campeones por primera vez en la historia.
Papá apagó el cigarrillo, me dijo Pincha corazón, hijo, hasta mañana.
Yo apagué la radio y le dije Pincha corazón, viejo, hasta mañana.
FIN